Una conversación entre tableros
Hace poco, durante la ronda final del Campeonato Uruguayo de Ajedrez (abril 2025), conversé con varios jugadores, organizadores y aficionados. Al comentarles que tenía la intención de relanzar mi sitio de ajedrez y reactivar el foro de Historia de la Matemática, algunas reacciones resultaron tan sinceras como inquietantes:
Hoy la gente ya no lee como antes.
Nadie tiene tiempo para textos largos.
Las redes sociales son lo único que miro.
No juzgo esas respuestas: las entiendo. Vivimos en un mundo hiperconectado, inundado de titulares, notificaciones y aprendizajes comprimidos en 15 segundos. Pero hay algo que esas plataformas no pueden ofrecer: comprensión profunda.
Más allá del scroll
Ni el ajedrez ni las matemáticas se aprenden con atajos. Requieren estructura, intuición, tiempo. Y eso no entra en un carrusel ni en un video que se borra en 24 horas.
Este sitio nace, o quizás sería mejor decir renace, como una respuesta necesaria a esa carencia. No pretende competir con el ruido, sino ofrecer otra cosa: contenido con tiempo. Análisis que expliquen en profundidad. Problemas que despierten la curiosidad y no se agoten en la respuesta. Textos que dejen algo más que una impresión fugaz.
Bobby Fischer no aprendió con reels: aprendió ruso para leer las revistas soviéticas. Magnus Carlsen no se hizo campeón del mundo viendo TikToks: analizó miles de partidas clásicas.
Las ideas importan
A lo largo del siglo XX, algunas figuras brillaron por su compromiso con las ideas, no con la inmediatez. Una de ellas fue Rudolf Kalman, ingeniero eléctrico y matemático, cuya obra transformó la teoría de control moderna. Solía recordar una inscripción vista en un pub de Colorado Springs en 1962:
Las mentes pequeñas hablan de otras personas.
Las mentes medianas hablan de eventos.
Las mentes brillantes hablan de ideas.
Kalman llevó su manera de pensar a la vida, y su forma de vivir reflejaba siempre una búsqueda profunda. Esa misma búsqueda resonó en otra mente singular del siglo XX: Marcel Duchamp, ajedrecista apasionado y referente del arte moderno.
En un discurso dado el 30 de agosto de 1952, durante la reunión anual de la Asociación de Ajedrez del Estado de Nueva York en Cazenovia, Marcel Duchamp compartió una reflexión memorable:
La belleza en el ajedrez está más cerca de la belleza en la poesía; las piezas de ajedrez son el alfabeto que da forma a los pensamientos; y estos pensamientos, aunque crean un diseño visual en el tablero, expresan su belleza de manera abstracta, como un poema... De mis contactos cercanos con artistas y jugadores de ajedrez, he llegado a la conclusión personal de que, aunque no todos los artistas son jugadores de ajedrez, todos los jugadores de ajedrez son artistas.
Para Duchamp, el ajedrez era mucho más que un juego: era una forma de pensar, de crear, de asombrarse con la mente en movimiento. Para él, el tablero era un lienzo, y las piezas, un alfabeto que daba forma a pensamientos abstractos. Estuvo en contra de reducir el ajedrez a meros movimientos o resultados, elevándolo como una filosofía de exploración. Cada movimiento, en su opinión, era una oportunidad para descubrir belleza y significado. El ajedrez era una puerta hacia un mundo donde la mente humana se aventuraba más allá de lo convencional, creando obras maestras efímeras que desafiaban los límites de la lógica y el arte.
Una puerta que vuelve a abrirse
En este espacio celebramos esa misma búsqueda de comprensión. Aprender con profundidad, reflexionar, conectar saberes: esa es la puerta que queremos abrir.
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En el torbellino de lo instantáneo, entre el ruido y el frenesí, ¿queda espacio para la idea que perdura, para el pensamiento que no caduca? Pensar pausadamente en tiempos acelerados tal vez sea el último acto de rebeldía.